Tic, toc, tic, toc, tic, toc, tic…
Pasan las horas y el mal clima ha retrasado los trenes, en la estación es un caos y muchos pasajeros, en su mayoría extranjeros, prefieren abortar la misión del viaje y deciden tomar carruajes hacia las posadas más cercanas mientras la situación meteorológica mejora. Al parecer esta noche ellos serán los únicos beneficiados, y yo si es que a las 10:00 –la hora de partida del último tren- el jefe de estación y el señor clima anuncian que se reanuda el viaje con destino a la frontera, pero sino quiero pasar la noche aquí y despertar congelado, lo mejor es que vaya tomando un carro y como decía mi abuela “mañana dios dirá”.
Afuera de la estación y al subir mi equipaje al carro, me di cuenta de que ya no siento las piernas ni los dedos de las manos. Curiosamente lo que me mantiene con la temperatura estable en la mayor parte del cuerpo, es saber que pronto voy a dormir seco y caliente, aunque para ser honesto aún no sé en donde, pues soy el único caballero y mi deber es procurar que todas las damas se queden en un lugar seguro.
Después de un par de horas, las últimas 2 damas se quedaron en la última habitación que había disponible en el pueblo y ¡lo que me faltaba!, además de ir a buscar adónde dormir, el carro se atascó y no hay manera de salir. Por unos segundos entro en dilema: “quedarme aquí y esperar hasta mañana o aventurarme a buscar el anhelado refugio”…
Ahora sí estoy a merced de la noche… aunque lo que más me inquieta son las bromas que nos gasta la mente en estos casos.
Pasan las horas y el mal clima ha retrasado los trenes, en la estación es un caos y muchos pasajeros, en su mayoría extranjeros, prefieren abortar la misión del viaje y deciden tomar carruajes hacia las posadas más cercanas mientras la situación meteorológica mejora. Al parecer esta noche ellos serán los únicos beneficiados, y yo si es que a las 10:00 –la hora de partida del último tren- el jefe de estación y el señor clima anuncian que se reanuda el viaje con destino a la frontera, pero sino quiero pasar la noche aquí y despertar congelado, lo mejor es que vaya tomando un carro y como decía mi abuela “mañana dios dirá”.
Afuera de la estación y al subir mi equipaje al carro, me di cuenta de que ya no siento las piernas ni los dedos de las manos. Curiosamente lo que me mantiene con la temperatura estable en la mayor parte del cuerpo, es saber que pronto voy a dormir seco y caliente, aunque para ser honesto aún no sé en donde, pues soy el único caballero y mi deber es procurar que todas las damas se queden en un lugar seguro.
Después de un par de horas, las últimas 2 damas se quedaron en la última habitación que había disponible en el pueblo y ¡lo que me faltaba!, además de ir a buscar adónde dormir, el carro se atascó y no hay manera de salir. Por unos segundos entro en dilema: “quedarme aquí y esperar hasta mañana o aventurarme a buscar el anhelado refugio”…
Ahora sí estoy a merced de la noche… aunque lo que más me inquieta son las bromas que nos gasta la mente en estos casos.
Perdí mi reloj y la noción de en dónde estoy, hacia adónde voy y cuánto he caminado, y a estas alturas lo que menos me importa es seguir el principio de que hasta en las peores situaciones lo mejor es conservar la calma, porque ¡ya la perdí también!
Ojala y aquella luz a la que me voy acercando sea la posada principal a orillas del pueblo y al llegar ahí lo primero que haga no sea ducharme en una fina tina de mármol y dormir en una de las 14 habitaciones con chimenea, sino haber resuelto el misterio que oculta ese imponente reloj de madera con manecillas de oro, ubicado al centro del vestíbulo, que siendo una pieza tan antigua como el lugar, me hace cuestionar ¡¿cómo es posible que no camine?!...
Mi curiosidad es tanta y me acerco a él, escucho que respira con un ligero “tac-tic” y se detiene, como si tuviera una taquicardia pero al revés: “tac-tic” y se detiene.
Trato de abrirlo para asegurarme que no soy yo y me encuentro sorprendido por una gentil mucama que antes de hablarle, contesta a mis pensamientos como si me leyera la mente:
Ojala y aquella luz a la que me voy acercando sea la posada principal a orillas del pueblo y al llegar ahí lo primero que haga no sea ducharme en una fina tina de mármol y dormir en una de las 14 habitaciones con chimenea, sino haber resuelto el misterio que oculta ese imponente reloj de madera con manecillas de oro, ubicado al centro del vestíbulo, que siendo una pieza tan antigua como el lugar, me hace cuestionar ¡¿cómo es posible que no camine?!...
Mi curiosidad es tanta y me acerco a él, escucho que respira con un ligero “tac-tic” y se detiene, como si tuviera una taquicardia pero al revés: “tac-tic” y se detiene.
Trato de abrirlo para asegurarme que no soy yo y me encuentro sorprendido por una gentil mucama que antes de hablarle, contesta a mis pensamientos como si me leyera la mente:
“Señor, ese reloj no marca las horas porque usted ha llegado al lugar en el que no pasa el tiempo, que disfrute su estancia”…
“Su habitación y su baño están listos”.
5 comentarios:
Buen cuento, gran ilustración.
chulada de maiz prieto
la ilustración es wonderful!!
Aquel lugar sin tiempo se convierte en un sueño en el que ya no se sabe si algún día podremos despertar, qué más da si al fin y al cabo la vida se compone de sueños...
Excelente cuento y excelente ilustración es la neta, jiji, saludines
hay que susto me da esto. Si hay maquinita que vende cigarros y cocas la espera es mas tolerable Que weno que andes ya por el mundo de los blosssss.
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